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PLURALIDAD DE OFERTA EDUCATIVA, PLURALIDAD DE VALORACIONES

Se ha hablado de la preocupación de que en México tenemos una amplia serie de licenciaturas que, teniendo nombres distintos, comparten muchos elementos de sus planes de estudio, por lo que sufrimos de un “hipernominalismo”. Sin embargo, el problema va más allá de la semántica y es más profundo que la dificultad de llevar la cuenta de los nombres de carreras o cursos que se imparten. El problema tiene que ver realmente con la diversidad de las  funciones sociales que cumplen las instituciones de educación superior en México, donde tenemos un sistema absolutamente heterogéneo y donde cada institución cumple una función diferente.  Llegamos entonces al tema de las acreditaciones, en una época en que los rankingsinternacionales tienen un tremendo impacto y credibilidad, más allá de sus metodologías o de los intereses a que respondan.

En nuestro país hay más de 3,300 instituciones de educación superior que cuentan al menos con un RVOE (Reconocimiento de Validez Oficial de Estudios), que es la medida mínima de calidad otorgada por nuestras autoridades. Sin embargo, muchas de esas instituciones ni siquiera entran en lo que comúnmente llamamos “universidad”, pues esta definición pretende estandarizar, equiparar lo que no es necesariamente equiparable. Desde distintos sectores damos por hecho que los estudios deben estar acreditados, lo que respaldaría su calidad y pertinencia, por ejemplo, para ingresar a un empleo o para realizar un estudio de postgrado. La pregunta es entonces ¿acreditados para qué y cómo? y también, ¿calidad para qué y cómo?

Hemos creado un sistema educativo heterogéneo, que sin duda responde de alguna manera a la heterogeneidad cultural, social y económica que da a México su carácter único.  Entonces, parecería imposible definir un factor común, un piso mínimo. Existe también la preocupación de que, al tener distintas instancias acreditadoras, que además ofrecen a las instituciones educativas la posibilidad de acreditarse a través de ellas ya sea de manera general o  por disciplina, no queda claro cuál de estas acreditaciones es “mejor”, y por lo tanto qué institución es la ganadora. Esto  nuevamente depende de para qué se acredita, de qué definición de “calidad” conviene más en cada caso. A la vez, la existencia de múltiples instancias acreditadoras es algo positivo, pues éstas atienden diversos propósitos sociales.

PLURALIDAD DE OFERTA EDUCATIVA, PLURALIDAD DE VALORACIONES

Hay también una línea paralela: a falta de sistemas estandarizados, hemos adquirido la lógica de los rankings, que son acreditaciones extraoficiales, que tienen un enorme impacto en la manera en que percibimos a nuestras universidades y en la manera en que éstas mismas se perciben. Pero los rankings validan diversas variables, y éstas pueden ser completamente incompatibles o ni siquiera comparables entre sí, porque muchos rankings usan una lógica completamente mercantilista, que no toma en consideración funciones sociales indispensables que las universidades cumplen en su lugar de origen, funciones que tal vez son sólo comprensibles entendiendo a cada institución como un caso único.

En conclusión, dado que por ahora no hay posibilidad de estandarizar nuestros criterios, lo más pertinente parece ser permitir que las acreditaciones validen cada una lo suyo, siendo específicas en cuanto a para qué se está midiendo, qué función cumplirá esa acreditación y qué función cumple esa carrera específica, esa institución concreta. Por supuesto, es necesario también aclarar los estándares mínimos de cada disciplina, qué es lo que un egresado debe saber hacer. Pero, dado el complejo sistema educativo que tenemos,  necesitamos un sistema plural para poder valorarlo adecuadamente.